Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo C
Reflexionando sobre Luke 1: 39-45
Recibí una de esas hermosísimas plaquitas de adorno que dicen CREE de parte de una amiga mía el otro día. Se ve tan hermosa, rodeada de tarjetas navideñas, y al lado de nuestra corona de Adviento alumbrada con todas sus velas encendidas. Ya no se trata de una sugerencia, no lo creo. CREE es un mandato, una orden absoluta de todo nuestro ser. El CREER nos coloca justo junto a María misma, quien CREYÓ que la promesa del Señor sería cumplida.
El primer Domingo de Adviento decidimos orar por un lector desconocido de esta columna, reconociendo que otro lector desconocido estaría orando por nosotros. Si por algún motivo no leíste esa reflexión, no es demasiado tarde. Imagínate ahora mismo, imagínate a alguien por ahí quien está leyendo esto. Esa persona necesita de tus oraciones. Esa persona puede haber estado orando por ti durante las semanas de Adviento que han transcurrido.
CREE que tus oraciones por ese lector desconocido están llegando hasta el cielo en este mismo instante.
Pero volvamos a María, su salida inmediata de Nazaret para ir a pie las noventa millas hasta la casa de Isabel es realmente fascinante. Debe haber sido muy allegada a su prima. ¿No te da la impresión de que estaba tan emocionada por oír sobre el embarazo de su prima anciana al igual de estar fascinada por anunciar su propio embarazo?
Me pregunto si iba practicando por el camino como le iba a explicar a su prima estas noticias tan impresionantes (y capaces de cambiar el rumbo de la historia). ¿Se sentía nerviosa al entrar en la casa? Cualquier temor que pudo haber sentido salió por la ventana en el instante que llegó, porque el Juan aun-no-nacido reconoció al Jesús aun-no-nacido y saltó de alegría.
A, y por cierto, ya jamás tendremos que preguntar de nuevo en que momento comienza la vida.
¿En qué forma has sentido las oraciones que ha estado haciendo aquel lector desconocido por ti?
Kathy McGovern ©2018
Kathy McGovern © 2014-2015